Lic. Mariela Paoltroni

El porqué del psicoanálisis

Desde hace un tiempo no se reconoce en ciertas actitudes. Hace o dice cosas que no puede explicarse. A su pareja, por ejemplo. O a sus amistades. O a sus familiares. No rinde bien en su trabajo, o rinde demasiado y se tapa de actividades. Siente una angustia que le oprime el pecho, que no le permite respirar. No logra conciliar el sueño. O se despierta en medio de la noche, pensando que ya no podrá volver a dormirse.

Se da cuenta de que hay situaciones que se repiten, y se pregunta: “¿por qué siempre me pasa lo mismo?”

No se entiende. Parece que no tuviera sentido.

A lo mejor ya probó alguna de esas terapias casi mágicas que le prometían resultados a corto plazo, con poco esfuerzo y sin meterse demasiado profundo porque “lo importante es lo de ahora”.
O le pasó que después de cinco o seis o diez sesiones de alguna técnica novedosa sintió que se convertía en la persona que siempre quiso ser; pero ese estado de completa felicidad le duró dos semanas, o dos meses, al cabo de los cuales todo volvió a ser como antes. O peor.
Y es que es tentador confiar en quien ofrece soluciones fáciles para problemas difíciles. Por supuesto que sí.

La verdad es que si hay algo que no es simple en esta vida es el sufrimiento, en especial el sufrimiento psíquico.

Por suerte existe el Psicoanálisis.

El Psicoanálisis no es fácil. No es mágico. Casi nunca es rápido. La mayoría de las veces es incómodo. Menciona lo que no se quiere decir. Se mete con lo más escondido, con lo que ocultamos hasta de nosotros mismos. Saca a la luz secretos largamente guardados que preferiríamos no conocer. Nos cuenta cosas que desearíamos no escuchar.

Pero ¿sabe algo? No hay otro modo. No lo hay. Lo que somos en este momento, lo que sentimos, lo que nos hace penar en el presente, tiene que ver con lo que éramos, lo que sentíamos, lo que nos hacía penar en el pasado.

Seguro alguna vez usted se preguntó: “¿Cómo es que llegué a esto?”

Eso es, precisamente, lo que tenemos que averiguar. Hay una continuidad que no es obvia pero puede rastrearse y es susceptible de ser analizada. Es todo un trabajo, no le voy a mentir. Y el espacio del análisis es el ámbito ideal para que ese trabajo se desarrolle y sirva para algo.
Si quiere encontrar un sentido, si está disponible para buscar la lógica interna en lo que hoy tanto le pesa, contácteme. No va a ser instantáneo ni fácil, pero algo va a ser posible.

Siempre me conmovió el sufrimiento de la gente y me sentí llamada a saber qué lo provoca y qué puedo hacer yo para aliviarlo. Es lo que me gusta hacer, lo que me convoca. A eso me dedico desde hace treinta años.

Contácteme. Quiero saber qué le pasa y cómo puedo contribuir a que se alivie.

Sobre mí

Supe que quería ser psicóloga y que me iba a dedicar al Psicoanálisis cuando estaba en cuarto año de la secundaria, un día en que el profesor de Psicología, Carlos Fasce, un hombre grande, a punto de jubilarse, que era muy intelectual y muy leído, nos habló de Sigmund Freud. Nos contó de Freud fuera de programa, porque en ese momento en la materia Psicología no se veía ese tema. Pero él tuvo ganas de transmitirnos algo y a mí me abrió un universo nuevo.

Fasce nos contó el caso de Anna O.

Anna O. no era paciente de Freud sino de Breuer, quien en ese entonces era amigo de Freud. A pesar de no ser su paciente, Anna O. contribuyó en gran medida para que Freud descubriera el Psicoanálisis.

Anna era una chica de 21 años, vienesa, muy muy inteligente. Los síntomas que tenía eran: estrabismo, perturbaciones de la visión, parálisis total en los miembros inferiores y en el brazo derecho, sonambulismo, asco ante los alimentos. No podía comer, no podía tomar agua, tanto era así que estuvo a punto de deshidratarse. Olvidó su lengua materna, que era el alemán, y solo hablaba inglés. En dos años llegó a estar muy grave. La medicina no podía explicar lo que tenía.

El doctor Breuer iba a verla todos los días, y a veces dos veces en un día, y lo que hacía era escucharla. Se dio cuenta de que cuando ella podía contarle cómo había empezado el síntoma, al poco tiempo dejaba de tenerlo. A esto ella lo llamaba talking cure, la cura por la palabra. Resultó que la mayoría de sus síntomas se habían originado en vivencias que había tenido mientras cuidaba a su papá enfermo. A medida que iba hablando se iba aliviando, hasta que Breuer, en un momento, la dio por curada.

El relato de lo que le pasaba a esa chica me impactó de tal manera que esa misma tarde fui a la Biblioteca Pública de Quilmes, pedí “algún libro de psicoanálisis” y me senté a leer. No me acuerdo qué libro me dieron, yo no conocía nada en ese entonces. Lo que leí no se entendía mucho, pero algo me quedó claro: el sufrimiento humano puede ser aliviado por medio de la palabra. Y tomé la decisión de ser psicóloga. Unos años más tarde me recibí, en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

Trayectoria

Apenas recibida fui concurrente en el Hospital Borda, fuerte experiencia que me fascinó a la vez que me marcó para todo el resto de mi vida. Pertenecí varios años al sistema educativo de la provincia de Buenos Aires dentro de equipos de orientación escolar en los niveles inicial, básico y medio; allí aprendí muchísimo de chicos y docentes y cultivé amistades que perduran hasta el día de hoy. También trabajé con niños, adolescentes y adultos con capacidades intelectuales diferentes, intentando generar un espacio para que pudieran hablar de lo que les pasaba. Fui perito de oficio para el fuero civil, lo cual me resultó muy extraño e interesante. Hice el posgrado para psicólogos en Psicología del Deporte, saber que hasta ahora no he podido aplicar por diversas razones pero que me hizo descubrir un mundo que desconocía. Coordino la sección “Arte y Psicoanálisis” en elSigma.com porque me interesa el arte, en especial la música, la literatura, el cine y la plástica. Estudié y sigo estudiando psicoanálisis en grupos de estudio con colegas. Desde que empecé a atender, hace unos treinta años, superviso en forma periódica como modo de tener otra escucha sobre los pacientes que me generan preguntas. Y me analizo desde tiempos inmemoriales, con distintos analistas que con su escucha me aportaron interrogantes, sobresaltos y alivio.

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